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Uno de los instintos más primarios del hombre es el de pervivencia. La inmortalidad ha sido perseguida ferozmente de uno u otro modo, cuando no física, al menos de los pensamientos. Tratamos de fijar nuestra percepción del mundo y a nosotros mismos. La pintura, la escultura o la literatura son modos de expresar lo que nos rodea, nuestro mundo psíquico. Llegó un momento en la historia en que la técnica nos permitió dar un salto cualitativo en cuanto a fidelidad, el concepto “fotográfico” es casi sinónimo de “real”, las nuevas imágenes reproducían detalles que el pintor no podía trazar y que ni mil palabras llegarían a mostrarnos.Los primeros escarceos con imágenes consistían en proyecciones de éstas sobre diversas superficies. Desde Aristóteles, con la cámara oscura utilizada para estudiar eclipses de Sol, hasta el Siglo XIX pese a las investigaciones de grandes genios como Leonardo Da Vinci o Isaac Newton, los avances no llegaron más allá del desarrollo de lentes y teorías sobre el comportamiento de la luz. Thomas Wedgwood y Humphry Davy a finales del siglo XVIII aprovecharon fotosensibilidad, ya conocida, de las sales de Plata para producir siluetas de objetos. La rudimentaria química del procedimiento no permitía que estas primeras fotografías permanecieran mucho tiempo en su soporte.
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